Detrás de la pobreza que sí vemos está el patrón que no paga los aportes, que no cumple con las medidas de seguridad mínimas; el empresario que para producir contamina cuerpos y tierras impunemente, que rellena ilegalmente de residuos peligrosos nuestros suelos; la startup que no reconoce que exista una relación de dependencia, que les exige a sus trabajadores, a los que llama “colaboradores”, que paguen su uniforme de trabajo, que asuman los riesgos de ser atropellados o lastimados en el asfalto.
Detrás de la comida caliente para los clientes está la tracción a sangre y la “explotación con buena cara”; está el supuesto propietario de grandes extensiones de tierra, que ejerce abusivamente su derecho a la propiedad e intenta exigir los “derechos” que le corresponden después de más de 50 años de abandono, a través de la artillería pesada y violenta del derecho penal, la pronta desocupación de “su” predio; está el fiscal convencido de que las personas que intentan autotutelar su derecho a la vivienda y acceder a servicios tan básicos como la luz y el agua deben recibir todo el peso de la ley, ser depositarias del reproche penal del propio Estado, el mismo Estado que tendría que estar terriblemente avergonzado por el peso de sus omisiones, por su responsabilidad ante los derechos vulnerados de miles de personas.
Está el ministro de Estado, que unió en santo matrimonio el arzobispo de Montevideo, y que cree que las ollas populares deben ser investigadas, perseguidas, señaladas, que se atrevieron a luchar contra el hambre poniendo tiempo y recursos, que tuvieron el tupé de ofrecer a sus vecinas y vecinos un guiso caliente ante un gobierno pour la gallerie que gusta de las selfies pero odia la pobreza.
Detrás de la pobreza que no vemos están Miguel, Lita, Andreina, Fabiana, Suelky, Luis, Christian, Rosana, Carlos, Marcos, Carina, Eusebio, Gerardo, y muchas más mujeres y hombres, viviendo en escenarios increíblemente adversos, aún padeciendo las estructuras de la segregación territorial y urbana, del racismo y violencia estatal, de la precarización laboral, creando entramados colectivos de ayuda mutua y solidaridad.
Si bien propender por una justicia espacial implica emprender luchas por una redistribución de los recursos y servicios en la ciudad, resulta fundamental tener en cuenta todas las condiciones en las que se produce el espacio urbano, en la medida en que existen otras formas de territorialización que llevan a producir espacios diferentes a los concebidos de manera abstracta: la ciudad de papel vs la ciudad que se disputa con sudor y lágrimas.
Ante el fracaso de una política de Estado que proteja y garantice plenamente los derechos humanos, ante las promesas incumplidas de políticos farsantes, a pesar de las demagogias punitivas, hay un pueblo luchando por el suelo, construyendo un futuro, pintando de colores la casa que pudo levantar, soñando con recuperar la ciudad que les ha sido negada.
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