Migrar implica abrir horizontes. No sólo para la persona que se va, sino tambien para las personas que habitan la comunidad de destino. Los aprendizajes no son unidireccionales y el conocer más de otros mundos nos permite entendernos mejor a nosotros mismos.
Más allá de las razones -sí los factores obedecen a circunstancias adversas, a impulsos de cambio, a sueños de autonomía- trascender las fronteras del lugar donde se nace es un proceso exigente que va acompañado de distintas formas de desapego, sacrificio y entrega. Esta realidad es posible visualizarla en muchos casos que involucran las historias de mujeres migrantes que deciden venir a vivir a Uruguay.
A fin de comprender la relevancia de esta cuestión, es preciso señalar que en los últimos años se ha configurado un fenomeno denominado “feminización de las migraciones” que implica no sólo el aumento de la proporción de mujeres dentro de los flujos migratorios sino que tambien implica un cambio en la dinámica de la migración, en la que son más las mujeres que migran de forma autonóma, como proveedoras económicas de los familiares que se quedan en el país de origen, como protagonistas de un flujo migratorio que con el paso del tiempo va conformando redes de mujeres, que intervienen en todo el proceso como contención y apoyo, justamente porque en la mayoría de los casos “las mujeres que se quedan determina qué mujeres se van”.
Adicionalmente a lo anterior, más que detenernos en las cifras que dan cuenta de estos flujos, resulta un ejercicio interesante reflexionar en torno a lo que sucede en la ruta migratoria que tiene como destino Uruguay, esto es, hacer un recorrido simbólico desde Chiclayo, Cochabamba o la Paz, Bagua, Cajamarca, la Habana, Hidalgo; desde Oruro, Lambayeque, Asunción, Arequipa, Junín y Lima hasta la Plaza Independencia, 18 de julio y Rivera, la Rambla, o hasta las calles arboladas de Acapulco y Costa Rica en Carrasco.
Un camino que inevitablemente trazan compartiendo su riqueza y diversidad cultural, enarbolando la historia de migrantes con la que ha sido construido este país y brindando algunos elementos para dimensionar lo que implicó en la vida de mujeres, de carne y hueso, la decisión de vivir en Uruguay.
Obviamente estos recorridos también están definidos por la continuidad de imposiciones históricas y estructurales -que no reconocen fronteras y que determinan relaciones desiguales de género- acompañando a aquellas que envían remesas como jefas de familia para que sus hijos/as vivan mejor, porque la mayoría de ellos/as quedaron en el país de origen a cargo de otras mujeres; otras tantas vienen huyendo de distintas formas de violencia doméstica; otras llevan años recorriendo el mundo con sus “patrones” los diplomáticos, o que en continuidad a los quehaceres domésticos que les fueron impuestos desde niñas deciden venirse a Uruguay para mejorar sus condiciones de vida y aumentar sus grados de autonomía; sin importar la razón, siempre apuestan a un cambio, a un estar mejor cargado de renuncias y de nuevos rumbos.
Detenernos un minuto para considerar, en el caso concreto de las “nuevas migrantes”, el lugar que ocupa la migración como elemento fundamental en la definición de la identidad de nuestro país, nos permite re pensar esa historia, pero esta vez, en clave latinoamericana y con rostro de mujer.
Publicado en Sala de Espera
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